Como no se
puede saber todo o entender todo, queda oscura una parte del diálogo entre
Orlando (o la autora, como ya hemos dicho no se sabe muy bien) y la madre:
¿Qué es exactamente lo que quieres saber? Quiero saber qué piensas de
los hombres, me dijo. Di un sorbo, asenté la taza y le respondí, sin pensarlo
mucho: Pues mira, los de la vida real me aburren. Me parecen de mentiras. Son como muñecos
programados. Empiezan por pedir que vayas a donde ellos quieren, que te dejes
tocar, apretar, abrazar. Que les digas que hacen lo que hacen divinamente, cosa
que sólo servirá para que te pidan que hagas lo mismo pero más tiempo y mejor,
y ya que has empezado a hacerlo, que sigas haciéndolo, que no pares, que lo
hagas para siempre y por toda la eternidad y les asegures que nunca ha habido
nadie que te haga sentir un placer tan grande como el placer de hacerles lo que
les estás haciendo… Me di cuenta de la velocidad que había adquirido, y de que,
impulsada por el propio relato, ya no me quedaba más remedio que seguir. Y
mientras son acariciados y sonríen y se imaginan que te protegen de quién sabe
qué, dije, tú pensarás que sería bueno
que alguien, alguna vez, te hiciera algo parecido a lo que tú estás haciendo. Pero esto no es lo peor.
Lo grave, lo verdaderamente grave es que quitan tiempo. Un tiempo precioso, que
podría ocuparse en algo más que complacerlos, cualquier cosa… Leer, por
ejemplo. Porque al paso de los años te das cuenta de que no hay peor inversión
que estar instalada en una circunstancia exterior, que te impida ser tú, vivir
y experimentar fuera de esa historia que no tiene remedio.
Principalmente se lee una profunda misandria en estas líneas, y esto
sorprende mucho si se piensa en toda la denuncia de Rosa Beltrán sobre la
situación de la mujer en México. Es cierto, la rabia por la situación en la que
se encuentra tu categoría es evidentemente mucha, pero esto no justifica caer en
la estereotipización del hombre.
Más cosas que cabe preguntarse es si estos estereotipos pueden o no
sugerir alguna característica de la escritura de Rosa Beltrán como mujer.
Personalmente, creo que no: o bien, no creo que sea posible notar un
estilo literario desde este fragmento, por una serie de razones:
1) Porque toda la poética de Rosa Beltrán está encentrada en la
eliminación de un narrador (o sea de un punto de vista, o sea de un autor)
caracterizado por su sexo biológico (como decía Virginia Woolf, un buen
escritor tiene que saber crear personajes creíbles tanto femeninos cuanto
masculinos).
2) Porque una afirmación misándrica no tiene por qué ser propia de una
mujer (existen hombres que creen que los hombres son todos unos cabrones, y
mujeres que creen en la genética maldad de las mujeres).
3) Porque no se puede juzgar una frase de un autor/a sin ninguna
explicación o contexto, porque podríamos perfectamente ser nosotros los que se
equivocan en interpretarlas.
4) Porque en el debate sobre la escritura femenina, apoyo al
pensamiento de Rosa Montero en "La loca de la casa", donde afirma su
convicción de que no exista una escritura femenina porque la escritura es
femenina según rasgos estereotipados que varían de cultura en cultura, de
período en período y por otros factores que nada tienen que ver con el sexo
biológico.
Una cosa que, en cambio, llama mucho la atención es su
poca explicitación del campo sexual. En el fragmento citado antes nunca aparece
la palabra "sexo", a pesar de que sea tan importante, ya que toda la
temática de la violencia está estrictamente relacionada con el sexo (como acto
sexual y como sexo biológico). Se puede ver como un tentativo de aplicar en
contenido de una obra a su estructura lingüística: como Oscar Wilde, que
buscaba la perfección empleando solamente palabras que evocaran imágenes bellas
y que al mismo tiempo sonasen bien en el texto, así Rosa Beltrán hace explícita
la temática sexual pese a esconderla detrás de un verbo y un pronombre tan
ambiguos como "hacerlo".
Quizá lo único que se puede afirmar con cierta seguridad sobre la
influencia de su sexo en su escritura es relativa a la temática a la que decide
enfrentarse. Es siempre difícil saber exactamente lo que otra persona está sintiendo,
porque la empatía, por mucho que la RAE la defina como la "capacidad de
identificarse con alguien y compartir sus sentimientos", no es eso. La
empatía se puede sentir cuando nosotros mismos hemos pasado por una situación
igual o muy parecida a la del otro. De lo contrario, podemos sólo imaginar lo
que el otro está pasando y experimentamos un sentimiento concorde.
El hecho de ser mujer ayuda este tipo de empatía porque las mujeres,
por mucho que difieran las culturas, todas en la vida sufrimos algún tipo de violencia:
física, psicológica o social (ésta última más que todas). No sabemos si Rosa Beltrán
haya sufrido algo muy grave como los dos primeros tipos de violencia (o
situaciones de secuestro familiar); sin embargo, es evidente que (en general)
una mujer comparta sentimientos más afines a los de las demás.
Creo que está claro que, con esto, no queremos decir
que un hombre no podría escribir sobre la violencia que sufren las mujeres,
pero quizá lo haría con una mirada diferente: por ejemplo, viéndolo como un
problema social o cultural más que como una tragedia personal.